miércoles, 3 de febrero de 2010

Negocios

Despierto en una cama que no es la mía, abro los ojos y lo primero que contemplo es mi reflejo en el espejo del techo. Junto a ese reflejo, el de una mujer que apenas conozco. Ella aun duerme. Hemos pasado la mejor noche de nuestras vidas a pesar de las condiciones que nos hicieron coincidir en aquel cuarto de hotel. Ni siquiera conoce mi verdadero nombre, pues solo me he identificado con el seudónimo de J. B. Watson, quien fue mi heroe durante los años de estudio.

Sobre la mesa que está a nuestro lado, mi Smartphone vibra, indicando que debo partir. Me levanto en silencio y me visto con cuidado para no despertarla. Ya vestido, desde la puerta de la habitación me detengo a observarla y no puedo evitar pensar en mi esposa que debe estar acostada en nuestra cama, esperando a que regrese de otro de los tantos viajes de negocio que he realizado. Le doy la espala y me dispongo a salir sin despedirme. Esa es la ventaja de esta clase de relación. No tienes que despedirte después de una buena sesión de sexo salvaje, lujo que aun con cuentas bancarias como las que conozco, no se puede comprar todos los días.

Por fin he salido del hotel. Ambos sabemos que el dinero fue lo único que nos unió esta noche, pero yo soy todo un caballero así que nunca paso por mi mente siquiera mencionarlo. El lunes por la mañana, como de costumbre, en su prestigioso buffet de abogados recibirán una factura a nombre de J. B. Watson: Consulting & Outsourcing, por concepto de los talleres en que participo su directora ejecutiva durante el fin de semana.

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