martes, 2 de marzo de 2010

Coitus interruptus

Aquella mujer era una rubia de esas que con solo verla te incita al pecado. Sus sensuales movimientos, perfeccionados con años de práctica, y acompañados por un cuerpo escultural la convertían en un arma comparable a una espada samurái en las manos de un maestro asesino. Y aquí estaba, sobre mi cama, desnuda y dispuesta, rogando por un poco de mi carne. Besé sus labios y me embriague con su saliva. Nos fundíamos uno sobre otro y justo cuando el mundo dejaba de existir fuera de estas paredes, violentos acordes de guitarras metálicas rompen el silencio que nos rodeaba. Las voces guturales que salen de mi teléfono celular anuncian la llegada de un inútil mensaje de la compañía telefónica, mensaje que borré sin siquiera leer. Cuando volví a cerrar los ojos la rubia ya no estaba.

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