martes, 21 de julio de 2009

Algunos pueden pensar que esta Loco

CUENTO SIN TÍTULO

Se había levantado un viento frío y húmedo que barría las callejuelas, hacía temblar las farolas y ahuyentaba a los paseantes. Los hombres del lugar permanecían en silencio dentro de sus casas, con demasiado frío en sus cuerpos como para poder articular alguna palabra. Mis botas llenas de fango partían los charcos sin immutarse. Llevaba tiempo imaginando este día, y hoy me siento con fuerzas, por fin, para acabar aquello que nunca quise empezar, saldar mi deuda, dormir tranquilo.

A día de hoy soy un chico desgarbado y de mirada perdida. Quizás podrán decir de mí que estoy loco. De hecho, soy la clase de personas con las que, a estas horas, nadie querría cruzarse por la calle. Pero mi historia es otra, mucho más compleja y dolorosa de lo que la gente pueda pensar.Todo es más fácil de explicar si se vuelve la vista tres años atrás, cuando yo, Álex, era tan solo un chico pacífico y tranquilo como los demás.

El día en que todo empezó, el sol lucía. Regresaba a casa después de otra jornada de estudio, con la sonrisa puesta. Como siempre, abrí el portal y subí de dos en dos los escalones hasta el tercer piso, donde la realidad me esperaba.

Con la respiración aún acelerada, metí mi mano en el bolsillo y, al alcanzar la llave, un fuerte estruendo me asustó. Provenía del piso, donde deberían de estar mamá y papá, que con un poco de suerte habría llegado ya del bar (porque sí, señores, esa era la segunda vivienda de mi padre). Abrí la puerta con brusquedad y corrí hacia la cocina lo más rápido que pude, y al torcer el pasillo, recibí aquel golpe del que nunca me he podido recuperar (y, llegados a este punto, me gustaría que observaran el daño que se puede hacer a alguien sin tan siquiera tocarlo). Mi madre descansaba en el suelo, hecha un cuatro, con el rostro ensangrentado. Ahora parecía frágil, justo lo contrario de la mujer fuerte que siempre había conocido. Ante ella, aquell bulto que antes podría haber sido mi padre, pero que a partir de ese momento (por favor, no me llamen loco) fue el monstruo de todas mis pesadillas, dormido y despierto. Hoy aún no he olvidado su cara rabiosa e hinchada, ese olor a alcohol y esa respiración acelerada que parecía la pulsación de una cuenta atrás, una cuenta que hoy, por fin, iba a llegar a cero.

Sigo avanzando, sin prisa pero sin pausa. Hacía tiempo que no pisaba estas calles. Me acuerdo aún de todas estas farolas y aceras, y como otras tantas veces viene a visitarme el recuerdo de mi madre, la fuerte María.

Aún recuerdo el momento, dos años atrás, en que un toque en la puerta interrumpió una aburrida clase de Biología. Por aquel entonces yo ya era el chico alto, fuerte y de sólidos rasgos que soy ahora. La directora me requería en su despacho. Me extrañó porque ya hacía tiempo que había dejado atrás mi época turbulenta en el instituto. Confundido, me dirigí al despacho, donde la vida me esperaba para dejarme K.O. en el segundo round. Lo siguiente que recuerdo es el velatorio donde mi madre, la fuerte María, había encontrado por fin el descanso después de siete años, durmiendo con el que le había robado los sueños. Allí también vi por última vez a mi hermano, que pocos meses después me obligaría a vestir de negro otra vez tras perder la partida que llevaba jugando, ya hacía años, con su amiga la droga. Y allí también estaba él, el único vivo y el que menos lo merecía.

La lluvia empieza a arreciar y aprieto el paso. No tengo prisa, pero tampoco quiero mojarme. Llevo dos años esperando, no vendrá de cinco minutos. El portal está abierto, y como tantas otras veces entro sin pensarlo, subo las escaleras plácidamente, con la calma del que sabe que va a cerrar un negocio seguro. Pulso el timbre. Hace tiempo que no tengo las llaves, aunque tampoco las quiero. Se abre la puerta y lo veo y me ve y su rostro se desfigura. Me gusta saber que se alegra de verme. Él corre, pero ya es demasiado tarde. Lo alcanzó y le devuelvo uno a uno los golpes que él me dio a mí, golpes que no me tocaron pero que fueron peores que cualquier herida. Y al fin veo la vida chorrear en su cuerpo, esa vida del color del vino, el vino que tanto daño ha hecho a nuestras vidas y que nos ha convertido en monstruos y verdugos.

Es extraño sentir que tu felicidad se basa en la desgracia de otros. Parece de locos, pero ya saben que yo no estoy loco.

Tranquilo, camino hacia mi vieja cama y me tumbo para encontrar ese descanso que llevaba dos años buscando. La deuda por fin se ha saldado.

Y mientras tanto la tele encendida repite la misma noticia. ...
se sigue buscando al joven que escapó de un centro psiquiátrico hace dos dias. Es un joven de aspecto desgarbado, alto, fuerte y de facciones marcadas. El joven padece graves trastornos que afectan a su percepción de la realidad, y fue recluido en el centro tras matar a su madre y a su hermano. Su padre consiguió escapar de milagro. El joven responde al nombre de Álex.

De acuerdo, ahora pueden pensar que estoy loco, pero, ¿no será que están ustedes demasiado cuerdos?

por Iván Sierra

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