Había tomado. Mucho... Demasiado. Y llevaba meses evitando hacerlo porque incluso estando sobrio pensaba constantemente en escribirle y sabia que estando bajos los efectos del alcohol no podría controlar esos impulsos. Tenía razón. Ahí estaba, tumbado en una cama que parecía moverse y escribiendo un mensaje largo y a la vez confuso. Confuso porque palabras como “te quiero” y “regresa” no suelen hacerse acompañar de otras como “estoy harto” y “a la mierda”, y en este caso lo hacían. Después de varios minutos ya había terminado de escribir todo lo que tenía en mente y estaba preparado para enviar el mensaje que probablemente volvería a ponerlo todo de cabeza.
Al amanecer del siguiente día desperté con el tan acostumbrado malestar post borrachera y sin la menor idea de lo que había sucedido en las ultimas doce horas. Solo sé que de alguna forma había llegado hasta la casa y al parecer me había quedado dormido con el teléfono móvil en la mano antes de poder enviar un mensaje muy extenso y ambiguo.
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