domingo, 5 de septiembre de 2010

Cúmulos.

Cuando permaneces absorto observando el cielo azul puedes llegar a percibir una relajante sensación de pequeñez, quizá por el enorme tamaño de los cúmulos, su deformidad y la pasividad de su movimiento. Puedes llegar a perder la noción del tiempo y hasta del dolor. En su caso, el dolor fue tan intenso que no pudo prestarle más su atención y su mente se distrajo con las nubes. Cometió la estupidez de saltar desde un edificio que no era lo suficientemente alto como para producir una caída mortal, lo que pone evidencia su falta de vocación para el oficio de suicida. Lo extraño es que en ningún momento pasó por su mente el cometer un acto tan cobarde, había subido en aquella construcción sin intenciones de saltar pero se dejo seducir por los deseos de cursar los cielos y se arrojo al vacio esperando poder hacerlo; harto de estar sentado en los bordes de las azoteas a espera de que le crezcan alas. Ahora su cuerpo no es más que un costal de huesos rotos que descansa sobre el pavimento y observa las nubes. No escucha el murmullo de la gente ni el ruido de las sirenas de ambulancia. Espera recuperarse para intentarlo de nuevo en otro edificio. Quizás el golpe le afecto el cerebro. No puede dejar de pensar en los cúmulos que se alejan lentamente en dirección al mar. Se pregunta a donde van con tanta calma.

PD: A cientos de kilómetros de distancia, frente al mar descansa una palmera que ve como los cúmulos se acercan y pasan de largo mientras ella cumple con su labor en este mundo tan agitado.

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