lunes, 3 de mayo de 2010

Visita nocturna.

Me he acostado en está noche, tan fría y solitaria como todas las otras, acompañado solo por el sonido del ordenador que, con su tenue resplandor acompaña la luz que se cuela bajo la puerta para juntos ilumina a medias mi alcoba. A los pocos minutos de dar vueltas en la cama, escucho un ruido en el pasillo. Son pasos, pasos que se acercan con sigilo. No intento moverme pues, por alguna razón que aun no alcanzo a comprender, no siento temor alguno. La puerta se abre despacio y mis empañados ojos alcanzan a distinguir una silueta de mujer que se dibuja en el umbral. Me observa por unos segundos y se acerca hasta llegar a orilla de la cama. Se acomoda con delicadeza, como si no quisiera despertarme, pero ya estoy despierto. Hago espacio y ella se acerca aun más. Coloca la mitad de su cuerpo sobre el mío y usa mi pecho como almohada. Su olor me resulta familiar, pero no alcanzo a distinguirlo. Mi mente divaga por unos minutos tratando de comprender la situación en la que me encuentro y termino dormido, con una sonrisa en los labios y una mujer que no conozco a mi lado.

Las horas pasan como si fueran minutos hasta que, más rápido que de costumbre, llega la mañana. Mi despertador, tan desagradable como siempre, me grita con todas sus fuerzas que debo levantarme. Como un acto reflejo, mi mano se dispara y cae pesadamente sobre él con la deliberada intención de que se calle. Abrazo aun con más fuerza la almohada que tengo sobre el pecho y me doy la vuelta. No quiero despertar.

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